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Elin
“Los lugares nuevos pueden sentirse vacíos y sin vida, por muy bonitos que sean”

Me llamo Elin. Nací en Arendal, Noruega. Llegué a los Países Bajos en 2003. Desde entonces vivo en Almere en el barrio de Filmwijk. Esta es mi historia: 

Arendal es una ciudad relativamente pequeña situada a una hora al este de Kristiansand, en el sur de Noruega. Para mí, el lugar más bello de la tierra es la playa. Se puede oler el mar, oír las gaviotas y coger el barco para ir a diferentes islas de la zona. Desde el siglo XIX, los antiguos y hermosos faros de las islas Store Torungen y Lille Torungen se erigen como guardianes de la ciudad.  Estas torres gemelas solían marcar el camino a la ciudad para las personas que viajaban en barco.  

Toda mi familia es originaria de esta población. Tengo muchos recuerdos felices de este lugar. Mis abuelos tenían una granja cerca del bosque, con conejos, ovejas y gallinas. Allí hacíamos grandes reuniones familiares y yo corría por todas partes con mi hermano y mis primos. Nos sentíamos muy libres.  

Cuando tenía nueve años, me trasladé al oeste de Noruega con mi madre y mi padrastro a un pequeño pueblo llamado Omastrand, de sólo 300 habitantes. Es una región muy hermosa con altas montañas y fiordos. Vivimos en cuatro casas diferentes durante los años que viví en el pueblo. La casa en la que estuvimos más tiempo era un piso encima del único supermercado que había. 

Era increíble el entorno y paisajes que podía ver ver desde mi ventana como los glaciares al otro lado del fiordo. Arendal, a pesar de ser una ciudad pequeña, con unos 45.000 habitantes se sentía como un lugar en constante movimiento en comparación con este pueblo. Parecía que todo se movía con lentitud, como si el tiempo estuviera parado durante años. En Arendal, estaba acostumbrada a tener en la escuela compañeros internacionales porque es una ciudad con muchas culturas, y en ella vive gente de muchas partes del mundo. Me sentí como si hubiera retrocedido muchos años en el tiempo. La vida en el pueblo me recordaba a lo que había visto en las películas antiguas.  A pesar de que era un lugar hermoso, impresionante de hecho, nunca me sentí como en casa o como un local.  

La escuela era diminuta. A veces teníamos que ir a casa del profesor para dar clases porque el techo tenía goteras. Teníamos que estar de pie junto a nuestros pupitres y cantar salmos por la mañana y teníamos las clases de carpintería y gimnasia en la misma habitación. Llevábamos los pupitres que utilizábamos para la carpintería desde una pequeña sala donde se apilaban los pesados pupitres. Durante cuantro años todos me llamaban “la chica nueva” y, al principio, la gente a veces les costaba a las personas entenderme por mi acento del sur de Noruega.  

Habiendo dejado atrás a la mayor parte de mi familia y tuve que adaptarme a un nuevo mundo, sólo a unos 500 km del antiguo.Todo era tan diferente, teníendome que adaptar y aprender a amar mi nuevo entorno. 

El clima también era diferente. En el sur, teníamos un tiempo seco y suave. En el oeste, podía llover sin parar. Llovía a cántaros constantemente por meses. Pero me adapté al clima. Y aprendí a valorar los hermosos días en los que brillaba el sol. Un día bonito como ese compensa cien días de lluvia. Al menos, así me sentía en esos hermosos soleados días. En Noruega decimos que no hay mal tiempo, sino mala ropa.  

Lo que más me gusta del pueblo es el fuerte olor de los campos de flores en primavera, el florecimiento de los manzanos, el paisaje de los agricultores que trabajan bajo el sol abrasador y el respeto que aprendes a tener por las altas montañas y el tiempo imprevisible. En cierto modo te siente segura viviendo entre ellas, aunque recuerdo que al principio las montañas me parecían amenazantes. 
 

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Authors

Fotos, Entrevista y Texto: Lyla Carrillo - van der Kaaden
Revisión de Texto: Babette Rondón
Fotostudio website: www.101studio.nl