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Sergia
“A todos los latinos se nos complica aprender el neerlandés, pero no es tarea imposible”

Siempre me ha gustado la danza así que después de terminar mis estudios de educación media en comercio con especialización en contabilidad, me incorporé al Conjunto Folklórico Nacional de Panamá del Instituto Nacional de Cultura, hoy día Ministerio de Cultura. Desde su fundación en 1974, ha sido parte esencial de la expresión y transmisión de nuestro legado cultural en materia de danza, música, gastronomía, arte y teatro. Panamá cuenta con un folklore variado y lleno de sabor, música y tradición, resultado de la fusión de diversas culturas que han llegado a Panamá durante su historia. 

Me llamo Sergia, conocida como “Mito”. Soy residente de Almere y le tengo un gran cariño a esta ciudad. Mis raíces están en Panamá y viví gran parte de mi vida en la capital. Muchos conocen o han oído de mi país, sólo por el “canal de Panamá” sin embargo es más que eso, es una tierra llena de riqueza natural, variedad de cultivos , gente alegre y amable que le gusta mucho el baile y la música. Muestra de ello existe un baile y género musical llamado “El Tamborito”, una danza cantada a base de palmadas y tambores que se baila hasta en la calle. Es reconocido internacionalmente como la más popular expresión del folklore panameño.

La “Pollera Panameña”, nuestro traje típico nacional, es ejemplo de ello y fue mi orgullo usarla cuando representé, en mi juventud, a mi país, a nivel internacional al ser parte del Conjunto Folclórico. La Pollera es una variedad de falda y blusa, que según nuestros entendidos folkloristas acuerdan, fue una modificación de los vestidos españoles traídos a nuestro país, los cuales se adaptaron al clima y entorno, inspirándose en fauna, flora, religión y vida cotidiana, no solo la labor de “La Pollera” también la orfebrería y los adornos.

Cuando trabajaba para el Centro de Estudios Latinoamericanos CELA “Justo Arosemana” conocí a un chico neerlandés que había llegado a Panamá a realizar su práctica de estudio. Saliendo por un tiempo, me enamoré y decidimos vivir juntos. Fue así que en diciembre de 1993 salí del trópico panameño a un país donde me esperaba el frío. Ese viaje de un mes, me permitió conocer un poco del mundo de donde provenía ese chico rubio con quien aún estoy compartiendo mi vida. Regresé a Panamá, trabajé un tiempo para UNICEF hasta que se dio el momento de migrar en el verano de 1995 a Los Países Bajos, llegando a residir en un apartamento en Amsterdam. 

Uno de los retos más grandes fue aprender el idioma neerlandés el cual era muy difícil de comprender. Por más que trataba, no encontraba palabra alguna que yo pudiera reconocer. Creo que a todos los latinos se nos complica mucho aprender este idioma, pero no es imposible  tampoco. Traté de adaptarme desde el inicio a esta sociedad distinta a la mía. Por un amigo entré en contacto con “Casa Migrante” una fundación católica el cual acoge y ayuda al migrante latinoamericano, sin distinción de religión. Empecé mi voluntariado trabajando con el grupo de redacción del boletín El Hispanohablante, el cual se repartía una vez al mes, en la misa en San Nicolás Kerk en Amsterdam. 

En el año 1999 nos mudamos, mi esposo e hija de Amsterdam a Almere a una casa en el barrio “Waterwijk Oost”, donde aún vivimos. La razón  fue la facilidad de vivienda. En Almere podíamos tener una casa con jardín a mejor precio, a diferencia de Amsterdam que es una ciudad donde la vivienda es cara, además de congestionada en cuanto al tráfico.  Aquí todo es más tranquilo y hay mucho más espacio, áreas verdes y seguridad. Cerca de mi casa se ubica el bosque “Bos der Onverzettelijken” y el Noorderplaatsen con su playa, siendo uno de mis lugares favoritos.

La primera impresión que tuve al llegar a esta ciudad fue de “vacío”. El centro era muy pequeño y no había mayor actividad. Ahora es muy atractivo, grande con todo tipo de tiendas y edificios modernos. Puedo conseguir frutas tropicales, productos de todos los rincones del mundo, facilitando el cocinar todos mis platillos típicos de Panamá. Me asombra cómo la población ha aumentado a pasos agigantados y se han construido cantidad de viviendas y edificios. 

En general, me gusta mucho esta ciudad, sin embargo, creo se necesita  mejorar la estación central del ferrocarril, facilitando los servicios para personas discapacitadas o problemas de movilización. Sólo existen 2 elevadores y 2 escaleras eléctricas para subir al andén, estas son pequeñas y angostas y no se dan a basto para la cantidad de gente en las horas pico. La estación ya se quedó pequeña para esta gran ciudad. 

Recuerdo que cuando vine a Almere había un grupo de hispanos que organizaban fiestas y actividades latinas, donde conocí a muchas personas de diferentes nacionalidades, incluyendo al grupo de salvadoreños, quienes son los pioneros latinos de esta ciudad. Me incorporé al grupo, y luego lo llamamos “Hispanos en Almere”, luego de varios años y a solicitud de Casa Migrante, se hizo la primera reunión en mi casa, donde acordamos iniciar las primeras misas católicas en el idioma español. Se buscó un lugar en Almere Buiten para realizarlas dando inicio a la “Comunidad Católica Hispanohablante de Almere” donde por años fui la tesorera. Después de la misa tomábamos café y ese espacio sirvió para la agrupación y sociabilización de la comunidad hispana.

Me considero una persona feliz y dinámica, mis actividades y tradiciones latinas, las conservo en mi casa y con quienes me visitan. Estoy orgullosa de ser panameña, vivir en Los Países Bajos y considero que estoy integrada a esta sociedad multicultural . Mi lema es “Disfrutar de lo más simple, que es la riqueza más grande que te puede dar la vida”. 

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Authors

Fotos, Entrevista y Texto: Lyla Carrillo - van der Kaaden
Revisión de Texto: Babette Rondón
Fotostudio website: www.101studio.nl